SUERTE, SUPONGO


    Mi equipaje llegó en último. Mala suerte, supuse. Había mucha gente en las demás bandas. Esquivé lo mejor que pude a la multitud que bloqueaba la salida de la terminal. Pareciera que soy el único viajando solo. Tropecé con 15F. Creí no volverlo a ver desde su episodio en el avión. Mala suerte, supuse. 15F y 15E, su esposa. Es más fácil ubicarlos así, no es que sea importante, pero siempre pienso que es bueno reconocer el rostro de aquellas personas con las que morirías de haber algún tipo de catástrofe, en este caso, de haberse estrellado el avión. Le gritó a un turista que estaba en su asiento. Su argumentación fue contundente. Se marea con facilidad. 15F mantuvo su ventanilla cerrada todo el vuelo. A mí nunca me ha tocado sentarme en ventanilla. Buena suerte, supongo. Ante cualquier desastre no me gustaría ser el primero en salir volando. 
    Salí por la puerta dos. Hacía mucho calor. Subí las escaleras eléctricas rumbo al área de comida. Desde la mañana no había comido nada. Me formé en el local con menos gente. Aún no había revisado el menú y ya estaba en la caja. La cajera me miró a los ojos tanto tiempo que olvidé lo que estaba haciendo ahí. Después de un rato me preguntó:-¿Pedirás algo o en qué te ayudo?-. Señale el combo del día y ella sin dejar de mirarme me cobró. Tardó un rato en dejar de seguirme con la mirada, aún no sé con qué propósito. 
    Me senté en la barra del fondo del área de comida. El piso estaba pegajoso en aquella esquina. Tuve que comer con mi equipaje sobre mis piernas. No era muy cómodo. Me distrajeron mis vecinos. Tacobell y Sushito discutían sobre el costo extra de los alimentos en los locales del aeropuerto. Los malditos impuestos, decían. El lugar era pequeño y cada que Tacobell hablaba golpeaba mi maleta con su codo. No quise reclamarle. Me encontraba de nuevo en el avión pero en posición inversa. Terminé mi hamburguesa y me fui.
    Fuera, el calor era más intenso.
    Saque un cigarro de mi pantalón. Antes de prenderlo, un cargador me pidió mi encendedor. De su bolsa trasera del pantalón sacó una cajetilla y me ofreció de sus cigarros. Yo negué con la cabeza, pero él insistió. No había notado que mi cigarro estaba roto por la mitad. Me molestó que me prendiera el cigarro con mi propio encendedor, aunque no dije nada. Tampoco cuando se lo guardó en su chaleco amarillo. Note que fue un descuido pues no tuvo apuro en irse. Después de la primer bocanada me dijo:-Que bueno que uste´ es de los míos. Malboro rojos, ¿qué no? De machos. De hombres sofisticados.- Interrumpió cuando otro cargador pasó y lo saludo con un chiflido. Él lo respondió y continuó:-Yo siempre le digo a estos barbajanes: si van a fumar, que fumen bien. Maricas. Lo único mentolado que van a tener es la cola. Y los luquis esos son muy suaves. Le digo. Maricas.- Le sonreí. Guardé de nuevo en mi pantalón los dos trozos que quedaban de mi cigarro anterior. Tampoco me molesté en decirle que fumo Delicados.
    El hotel quedaba a unos pocos minutos del aeropuerto. Aún así gaste todo mi efectivo en el taxi de camino. Pude haber caminado, pero no es una actividad que me emocione. Pienso que podría gastar más, aunque nunca me he sentido cómodo despilfarrando los viáticos que me dan. Es un viaje de ida y vuelta como muchos otros. Hay cosas a las que uno nunca se acostumbra. Mala suerte, supongo. 
    El gerente del hotel me da la llave de mi habitación de mala gana. En ningún momento levanta la mirada hacia mí. Actitud que contrasta con la incómoda sonrisa del botones. Él tampoco me dirigió la mirada, solo miraba mi equipaje que cargaba bajo el brazo. La tomó en un solo movimiento, con una velocidad inusitada. Subimos por unas escaleras forradas con un alfombra tipo persa que daba al lado oeste del hotel. Contrastes. El piso del pasillos a los cuartos eran duela blanca. Su caminar no producía ruido alguno. Mi habitación estaba al fondo del pasillo a la derecha. De nuevo, me encontraba habitando una esquina. No reparé en el pedazo de comida incrustado entre los dientes del botones hasta que volteo a pedirme la llave de mi habitación. Él entró primero. Encendió todas las luces y lámparas, incluso las del baño. Encendió el televisor y me describió los servicios a la habitación. Terminó y bajo el marco de la puerta me dijo:-Espero le haya parecido bueno el servicio.- Antes de terminar la oración cerré la puerta. Creo que esperaba propina de mi parte. Reflexioné. Pero antes de salir tras él, recordé que gasté todo mi efectivo en el taxi de camino acá. Apagar todo lo que el botones dejó encendido me tomo el doble de tiempo que él. Dejé el televisor encendido. Había una película de acción ya empezada. No quise cambiar el canal por lo malo de la traducción, me parecía cómico. Solo me quité los zapatos y me dejé caer en la cama. Al poco rato se me nublaba la vista y cabeceaba, de un momento a otro me quedé dormido.
    Me despertó un golpe. La televisión estaba apagada, supongo que está configurada para apagarse sola después de un tiempo. Pasó un rato antes de poder discernir entre la noche que oscurecía la habitación y mis ojos cerrados. El golpe se pluralizó y se hizo un continuo, seguido de un agudo crujir. Los 112 estaban más que despiertos. Revisé la hora en mi celular, pasaban de las dos de la mañana. No podía culparlos. Era viernes y supongo que eso es lo que los turistas hacen los viernes a esa hora. Pero no por eso dejaba de ser castrante. Intenté conciliar el sueño pero dormí lo suficiente para mantenerme despierto otro par de horas más. Mala suerte, supuse. El ruido arreció junto con gemidos. Ninguno femenino. Me calce lo más rápido que pude y salí.
    La acústica en el pasillo era otra. Silencio. No se escuchaba nada. Recorrí el pasillo de extremo a extremo antes de bajar al lobby. Las escaleras iniciaban entre los cuartos 107 y 108. Contrario a lo que pensaba había mucha actividad a esa hora. Un grupo de extranjeros se habían adueñado de la sala de estar. Acababan de llegar de los bares de la avenida. Estaban ahogados. Gritaban y reían aparatosamente. Casi todos eran gordos y llevaban el mismo jersey de un equipo de fútbol. Me llamaba la atención la forma en que se expresaban cariño o muestras de afecto, eran toscos y bastante rudos. Un fresco tiñó la estancia. 
    Me senté en la barra del pequeño bar contiguo a la sala. Llamé con la mano al bartender y pedí una cerveza. Solo estaba yo sentado en la barra. Los extranjeros, eventualmente, paraban en la barra y pedían sus tragos. Uno de ellos, alto, mientras esperaba, trastabilló y casi tira mi cerveza. Volvió en sí y me dijo:-Sorry meit. Perdón, amigo. Amigo. ¿Eres de acá?-. Se español era muy malo. Hacía muchas pausas entre una palabra y otra. Eructó y continuó:-A mí, me gusta, acá. ¿Eres tú de acá?-. Antes de poder responderle algo, dos extranjeros más llegaron a la barra y abrazaron al que intentaba hablar conmigo. Dijeron un par de cosas que no pude entender. El alto me señaló mientras los otros me miraban secamente. Gritaron efusivos la palabra amigo y chocaron su cervezas con la mía. Buena suerte, supongo. Aplaudieron y regresaron con los otros. Cavile un rato lo ocurrido. Le di un último trago a mi cerveza, y camine hacia el lobby. Había suficiente luz en el pasillo como para pensar que era de día, y brillaba mucho gracias al blanco de las paredes y del piso. Uno de los del 112 salió de su habitación mientras buscaba la llave para entrar a la mía. Se quedó parado bajo el resquicio de la puerta, me miro de reojo y soltó una pequeña risa. Se aseguró de que lo escuchara y se alejó. Entré y no tardé en dormir.
    La alarma de mi celular sonó en punto de las siete. La cita era a las nueve. Me bañe y salí a buscar un lugar donde desayunar. Hacía demasiado calor. Pregunte en gerencia por el cajero más cercano. Me dijeron que este estaba a un par de cuadras de las oficinas administrativas, donde más tarde sería la junta. Tomé uno de los autobuses que pasa en la esquina del hotel. Para mi suerte logré encontrar un poco de cambio en mis bolsillos. La ciudad estaba desierta. Buena suerte, supuse. Llegué muy pronto al banco. Del otro lado de la calle había una pequeña cafetería orgánica. Nunca he entendido eso de lo orgánico pero era el único local abierto. Era pequeño y tenía solo dos mesas. Tomé la que estaba a lado de la entrada. Fue un desayuno breve y caro.     Pensé de nuevo en los viáticos, pero intente olvidarlo.
    Me sorprendió la puntualidad de los otros en la junta. Administración peleaba con contabilidad las variables del proyecto, mientras recursos evaluaba la situación general del año pasado. Me limité a explicarles la situación en la capital sin crear controversia. Me molesta tener que defenderme de problemas que no me corresponden. Para mi sorpresa todo terminó bien y no duró tanto. Al terminar nos invitaron a todos a cenar. El vuelo de vuelta estaba reservado para el día siguiente así que no me opuse. Aunque en general me es raro convivir con gente del trabajo.
    Fuera, el calor era asfixiante. No había dormido lo suficiente y empecé a ponerme de mal humor. Regresé al hotel para intentar descansar un poco antes de la cena. Deje toda mi ropa húmeda por el sudor en el piso y me metí a la cama. No pude dormir. Tomé un baño y bajé al bar. La estancia estaba vacía. Era más grande de como la recordaba, era increíble que ahí hubieran estado tantas personas la noche anterior. Pedí un cerveza y un paquete de cigarros. De espaldas al bar había una pequeña terraza. Le dije al bartender que estaría en las mesas de afuera y salí. No tardó en llevar mi cerveza a la mesa. Abrí la cajetilla y saqué un cigarro. Antes de encenderlo, el bartender me comentó que estaba prohibido fumar. Lo cuestioné pues no había ningún letrero y estaba al aire libre. Él insistió. Una vez que se fué me acerqué al balcón y prendí un cigarro. Lo peor que podría pasar es que me pidieran apagarlo. Miré la avenida. Se había llenado de gente. Grupos de personas y parejas recorrían las calles. Me sentía tranquilo mirándolos sólo desde ahí. Intente adivinar sus procedencias. Si eran locales o turistas. Si eran turistas, de qué lugar venían. Una brisa refrescaba mi espalda. 
    Escuché pasos detrás de mí. Un hombre acababa de sentarse en una mesa junto a la mía. Cuando giré, él me miró y levantó su cerveza. Hice lo mismo. Volví el rostro para seguir observando la calle. No sé en qué momento el hombre ya estaba a mi lado. -Esta rico aquí. ¿No?- me dijo. Asentí con la cabeza. De nuevo, hacía calor. -¿Qué? ¿Ves el gentío?- me preguntó. Hice un gesto raro dando a entender que no. Ya no lo hacía. - Solo, me gusta pensar en cosas cuando estoy solo- le respondí intentando hacer énfasis en la palabra solo. Soltó una carcajada y me dijo: - Ah, te entiendo. A mi también me late estar solo. Pues, salud.- Choco su cerveza con la mía. Yo apenas y la levanté. - Está bueno, pues. ¿Qué estas tomando? ¿Negra? Es mi favorita- Cuando terminó de decir eso se me hizo un nudo en el estomago. Lo mire de reojo. Daba grandes tragos. - La cerveza obscura también es mi favorita- respondí. El calor era insoportable. Sentí su mano en mi hombro. Dio un trago grande para terminar su cerveza y me dijo:- Hombre de buenos gustos. Soledad y cerveza. Caray. Pues así somos nosotros los lobos solitarios. ¿Qué no?- Sentí que el abdomen me iba a estallar. En mi cabeza se repetían las palabras somos y nosotros. El dolor reverbero hasta mis sienes. Me reincorporé despacio. Deje caer la colilla de mi cigarro en el piso. A él lo tome por la cintura y lo lancé por el balcón. Calló en la acera. Ya no se sentía tanto calor y el dolor en el estómago había desaparecido. El tumulto me hizo asomarme a la calle.
    El hombre del nosotros no había muerto. Mala suerte, supuse. 


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